EL
VIAJE:
Uno
de los proyectos para este año 2019 era hacer un viaje desde Puerto Madryn a La
Quiaca en moto, tenía que ser en solitario pues mis compañeros habituales de
ruta no podían sumarse por razones laborales. En principio la fecha de partida
estaría dentro de la primera quincena de Septiembre pero se fue retrasando
hasta que finalmente quedó para el día Lunes 7 de Octubre.
Tenía
un par de opciones sobre las rutas a seguir y finalmente quedó la siguiente:
Madryn, Padre Buodo, Quines, Villa Unión, Cafayate (por cuesta de Miranda),
Cachi (por R40), Salta (Por cuesta del Obispo), Tilcara, La Quiaca.
El
Domingo a la noche me costó dormir, la ansiedad del viaje me produce siempre
ese efecto, previo a la partida duermo poco y mal. El Lunes 7 me desperté
temprano, desayunamos con mi esposa, la llevé al trabajo y de regreso a casa me
cambié de ropas, me calcé el equipo de moto, cargué el equipaje y me puse en
marcha. La aventura comenzaba.
Esa
primera jornada me acompañó un viento muy fuerte del SO, el componente lateral
me zarandeaba pero el componente de cola me llevaba hacia adelante. A las 17:30
ya había recorrido los 700 km que separan Puerto Madryn de Padre Buodo, pequeña
localidad sobre la ruta 35 donde paré a hacer noche. Alojo habitualmente en el
Hotel “Las dos rutas”, son instalaciones mas bien espartanas pero con lo
suficiente para descansar bien, además cuenta con un comedor donde se come bien
y barato.
Al
día siguiente luego de desayunar en la YPF de al lado inicié la segunda etapa
destino a Quines en la provincia de San Luis. Para evitar la ciudad de Santa
Rosa, tomé por la ruta 14 luego la 13 y la 12, estas rutas que pasan por Carro
Quemado me dejaron en Victorica, desde allí por la R55 y la R148 llegué hasta
la localidad de La Toma. Desde La Toma la opción más corta y también más
interesante en cuanto a paisajes es la ruta provincial 2, es asfaltada y tiene
un entretenido tramo de curvas y contracurvas que me mantuvo entretenido un
buen rato. Al atardecer llegué a Quines y me alojé en el hospedaje “Los
Abuelos” que está al costado de la ruta 20, no hay lujos pero las habitaciones
son amplias y las personas son muy amables y se ocupan de atender las
necesidades del pasajero.
Justo
enfrente, al otro lado de la ruta, hay otro hospedaje con comedor, allí se
pueden saborear abundantes y sabrosos platos caseros. Fui a comer a la noche
pero cometí el error de llevar conmigo la llave del “Hospedaje rival” me
percaté del yerro cuando la señora que vino a atenderme, al parecer la dueña
del local, le echó una poco disimulada mirada al llavero que sobre la mesa me
identificaba como “no cliente” de su hotel. Me atendió no obstante con fría
cortesía. Al finalizar la cena le pregunté a qué hora podía venir a desayunar
ya que el cartel que estaba a la vista indicaba que servían desayunos pero no
precisaban el horario. La dama me miró y respondió “Acá servimos desayuno
solamente a los clientes de nuestro hospedaje” y luego agregó “¿¡no le dan
desayuno allí donde se alojó!?” Allí comprendí la situación, había celos
profesionales de por medio, cosas de esos pequeños pueblos. Me despedí y me
fui, riéndome por lo bajo.
En
contra de la recomendación de la gente del hospedaje cargué combustible en la
estación de bandera blanca de enfrente, no había opción y como solamente me
faltaba un cuarto de tanque para la carga completa decidí arriesgar. A las 8:30
inicié esta etapa que me llevaría hasta Villa Unión en la provincia de La
Rioja. Tomé por la ruta 79 hasta Chamical, desde allí la R38 hasta Patquía,
luego la R150 y la R76 que atraviesa el Parque Nacional Talampaya hasta Villa
Unión. Son rutas largas y muy desiertas en esta época en que no es temporada
turística, si sumamos a eso el clima y la geografía desértica es casi
inevitable pensar que mejor no tener algún problema mecánico por allí. Así que
puse a la negrita a 4000 rpm y al tranquito, sin apuros, fuimos descontando
distancias hasta completar los 500 km de ese día. Llegamos a la tarde temprano,
y alojamos en un hotel a media cuadra de la plaza principal, instalaciones
antiguas pero tenía lo indispensable para mí en este tipo de viaje, una cama,
una ducha y lugar para guardar la moto.
Al
día siguiente comenzamos los preparativos bien temprano, antes de las ocho ya
estaba desayunando en la estación de servicios de la salida del pueblo, luego
tomamos la ruta 40 para pasar por la Cuesta de Miranda lugar que quería conocer
ya que es famosa por la belleza de sus paisajes. Este tramo de la R40 Cruza un
abra entre las Sierras de Famatina y Sañogasta está totalmente pavimentado y su
altura máxima es de poco más de 2000 metros. El día se presentó soleado por lo
que pude apreciar el paisaje en todo su esplendor y colorido. El último tramo
antes de llegar a Nonogasta es una recta en bajada que ofrece una vista
magnífica del entorno. Este ha sido un trayecto que disfruté mucho.
Continuamos
por la ruta 40 e hicimos una parada en un pueblito llamado Salicas donde
reposté combustible y además debía lubricar la cadena. Esa parada cambió mi
viaje, al menos una parte del mismo. Cuando ya me aprestaba a continuar
llegaron dos motociclistas y se detuvieron al otro lado del camino donde había
un negocio, ya era cerca del mediodía y el sol apretaba fuerte así que me crucé
para saludarlos y decirles que descansaran un poco en la sombra en la que yo
estaba. Entablamos conversación y resultó que ambos eran de la ciudad de Posadas
en Misiones, provincia donde vive mi hermano, además teníamos el mismo destino
para ese día, la ciudad de Cafayate, de modo que allí mismo se armó el equipo
de tres para seguir rumbo al norte. Roberto con su Versys 650, Cacho con su
Honda Falcon y yo con mi KLR 650, viajábamos al mismo ritmo lo que hizo que el
acople fuera exitoso.
La
parada para el almuerzo, los descansos y las detenciones para las fotografías
nos fueron demorando y llegamos a Cafayate bien entrada la noche, por suerte la
ruta estaba en muy buen estado y el clima era bueno de modo que también
disfrutamos ese tramo nocturno. Luego de instalarnos en el hotel y de darnos
una buena ducha nos fuimos a una peña a disfrutar de la música, a comer
empanadas autóctonas y a probar buenos vinos. En la charla de sobremesa
trazamos los planes para el día siguiente y finalmente quedó decidido que
iríamos por la ruta 40, tramo de ripio, desde Cafayate a Cachi, desde allí a
Salta por la Cuesta del Obispo. La noche fresca y agradable, la buena compañía
y el ambiente de la peña nos retuvo más de lo aconsejable y nos fuimos a dormir
bastante tarde.
Al
día siguiente nos levantamos tarde, de todos modos el tramo previsto tenía poco
más de 300 km ¡Pero qué 300 km! Al menos para mí fue el tramo mas exigente de
todo el viaje. El día amaneció caluroso y soleado, aunque los días anteriores
también habían sido de mucho calor, éste parecía que estaría por sobre los
anteriores. A las 10 de la mañana, luego de revisar las motos y lubricar las
cadenas nos despedimos de Cafayate e iniciamos el trayecto, los primeros
kilómetros fueron un deleite, hasta San Carlos la ruta está pavimentada y en
excelente estado, poco más adelante inicia el camino de ripio que en general
estaba firme y sin piedras grandes sueltas aunque con muchos “serruchos” que
hacen trepidar motos y jinetes y que aflojan hasta las emplomaduras de las
muelas.
Habíamos
convenido ir lento al principio pues Roberto no conocía el comportamiento de su
Versys en camino de tierra, es una moto de asfalto y estaba equipada con
cubiertas para ese tipo de superficie. Luego de unos kilómetros ya
transitábamos a unos 50 km/h más o menos aunque ése no era el promedio de
velocidad porque nos deteníamos continuamente para sacar fotos. A medida que
avanzaba el día la temperatura iba en aumento, con el equipo de moto, pantalón
y campera gruesos, guantes y casco no nos alcanzaban los poros para transpirar.
Mis amigos, misioneros ellos, están habituados a las altas temperaturas, en
cambio yo con veinte años de vivir en la patagonia comenzaba a sufrir el clima.
En
Quebrada de las Flechas nos detuvimos a sacar unas fotos y cuando intenté poner
en marcha la moto para reanudar el viaje esta no quiso arrancar, luego de
insistir un poco arrancó pero al desacelerar a ralentí se detenía. No imaginaba
la causa de ese fallo, no podía ser la altura pues si bien el camino de Cafayate
a Cachi es en ascenso la altura no supera los 2500msm, insuficiente para que la
moto de signos de “apunamiento”. Seguimos camino y decidimos entrar al pueblo
de Angastaco a fin de comer algo y sobre todo beber agua fría, era necesario
permanecer hidratado, el calor nos agotaba, al menos a mí. Luego de un buen
descanso refugiados a la sombra en la estación de servicios del pueblo y
después de reponer nuestras reservas de agua retomamos el viaje. Ya era media
tarde y el sol apretaba, procuraba detenerme solamente en los lugares con
sombra, no eran muchos pero cada tanto algún árbol nos daba su protección. En
una de esas detenciones mi moto se negó a arrancar nuevamente, el asunto
comenzaba a preocuparme. Luego de un rato y cuando temía por la carga de la batería,
arrancó. Pensé seguir sin detenerme hasta Cachi, allí por lo menos podría
intentar solucionar el problema o al menos estaría en mejor situación que en
medio de la nada bajo un sol implacable, ese mismo sol frustró esa intención
pues resultaba imposible continuar el viaje sin detenerse, era demasiado
agotador. Pasamos por Molinos y llegamos a Churcal.
Lo
que se observa al llegar a Churcal es un paisaje desértico y en medio del mismo
un valle muy verde salpicado de casitas blancas, es una vista hermosa, un
cuadro Naif. Ese fenómeno se debe a que de Cafayate a Cachi la ruta 40 acompaña
al río Calchaquí por eso es posible encontrar estos parches verdes en medio del
paisaje árido, allí los pueblitos prosperan bendecidos por el agua de ese río.
La ruta discurre por la margen Oeste del río y Churcal está sobre la orilla
opuesta y para llegar hay que tomar un desvío y cruzar el río. En la
intersección de la R40 y el desvío a Churcal ha crecido otra población que no
tiene nombre en algunos mapas y en otros figura como Churcal y se nombra a la
de la orilla opuesta como Balsa Grande. El asunto es que no cruzamos el río,
encontramos un pequeño almacén con unos árboles cerca con sombra para las
motos. Nos detuvimos allí, necesitábamos agua fresca. Al bajar de la moto sentí
las piernas débiles y un ligero mareo, Roberto, que es médico, me aconsejó que
comiera algo pues podría estar con la glucemia baja. Por suerte el modesto
almacén en el que habíamos parado tenía de todo un poco, así que compré una
banana, dos naranjas y un litro de agua y me senté a la sombra a disfrutar del
festín reparador. Las frutas estaban dulces y sabrosas, el agua fue la más fría
que tomé en todo el viaje y todo eso me costó $55, no pude evitar comparar con
la botella de agua de medio litro que en las estaciones de servicio de las
ciudades venía pagando entre $50 y $60. Luego de la ingesta frutal me sentí
mejor y al momento de retomar la ruta ya estaba bien. En esa parada puse en
práctica una nueva forma de arrancar la moto que se me ocurrió mientras pensaba
en las posibles causas del problema. El manual indica abrir el cebador (Choke)
y dar arranque. Como pensaba que el problema podría estar en una obstrucción
del chicler de baja lo que hice fue accionar el cebador, dar arranque y abrir
un poquito el acelerador y … Eureka! La moto arrancó al instante. A partir de
allí se acabaron los problemas de arranque.
Finalmente
llegamos a Cachi donde cargamos combustible y nos rehidratamos. Retomamos la
R40 hasta Payogasta, desde allí continuamos por la R33 hacia el Parque Nacional
Los Cardones y la Cuesta del Obispo. La R33 va en ascenso desde Payogasta a
2500 msm hasta el punto más elevado de la cuesta que está a poco menos de 3400
msm, a medida que ascendíamos la temperatura disminuía y pasamos del calor
intenso a una temperatura que en piedra del molino, el punto más elevado, hacía
pensar en el abrigo que llevábamos bien guardados en el equipaje desde hacía
varios días. Luego ingresamos de lleno en el tortuoso tramo de descenso de la
cuesta del Obispo, está pavimentada en su mayoría aunque aún queda un buen
tramo de ripio. A quienes les agradan las curvas en moto aquí van a tener de
sobra, son poco más de 30 kilómetros que en el terreno parecen muchos más.
Algunos tramos eran angostos y con curvas bien cerradas. Desde algunos puntos
se podía ver el río Escoipe que nos regalaba hermosos vistas. Comenzó a
anochecer apenas terminamos el tramo de ripio, los últimos kilómetros los
transitamos de noche, fue uno de esos momentos mágicos que nos tiene reservado
el camino, venía detrás y podía ver por sobre la tenue iluminación de los
instrumentos de mi moto las rojas luces traseras de mis compañeros ir
serpenteando en el camino y sobre los paredones de piedra una gran luna llena
iluminando ese paisaje casi irreal. Un momento inolvidable.
Llegamos
a El Carril y continuamos hacia la capital de Salta, el hotel escogido estaba
en el centro así que el final de etapa transcurrió en medio de un tránsito
intenso y nutrido que nos sacó un último toque de adrenalina. No me gustan las
grandes ciudades y esta entrada reafirmó mi idea al respecto. Cerca de las 22
nos instalamos en el hotel, el plan era darnos una ducha y salir a comer de
inmediato pero finalmente nos terminamos sentando a la mesa de una peña cerca
de la medianoche. Estas jornadas en moto tienen momentos invalorables como
estos, compartiendo la mesa con amigos se comenta lo acontecido en el día y se
reviven sensaciones mientras se disfruta de alguna comida típica y se saborean
buenos vinos. Allí, en esos momentos se puede apreciar que la vida no es tan
complicada y que disfrutarla es más simple de lo que solemos pensar.
Al
día siguiente el clima no varió gran cosa, seguía caluroso y con mucho sol.
Nuestro plan para esa jornada era tomar la ruta 9 hacia Jujuy para poder
atravesar el camino conocido como “de las yungas”, un tramo angosto y sinuoso
del camino de cornisa que pasa por las localidades de La Caldera y El Carmen.
Hay que transitar por allí con mucho cuidado pues la cinta asfáltica es
verdaderamente angosta y no son pocos los conductores que en las curvas invaden
el carril contrario generando mucho riesgo para nosotros los motociclistas.
Fuimos avanzando por el pintoresco camino y cerca del mediodía estábamos en el
dique “La Ciénaga”, ingresamos para ver si podíamos tomar algo fresco, el sol
estaba muy fuerte, para nuestra sorpresa encontramos un comedor muy bien
instalado a orillas del espejo de agua así que almorzamos disfrutando de unas
maravillosas vistas.
Continuamos
camino por la R9 en la tarde calurosa, apenas pasamos Yala tuvimos el primer
problema mecánico, Cacho rodaba delante de mí y de pronto vi como una “vívora”
se soltaba de su moto y se acostaba en el asfalto. ¡ Se cortó la cadena! Nos
detuvimos y con paciencia comenzamos el trabajo de reparación, luego de un buen
rato Cacho logró unir la cadena y continuamos el viaje, no fue por mucho
tiempo, ante de haber avanzado cinco kilómetros la perversa “vivorita” se
deslizó nuevamente al pavimento “otra vez la cadena cortada”. El clip de unión utilizado
no coincidía bien con el eslabón de unión, afortunadamente, en el primer corte,
Roberto había encontrado el clip y el eslabón de unión originales que aunque
torcidos fueron guardados como repuesto. Ambos fueron enderezados y colocados
nuevamente en su sitio y esta vez todo anduvo bien. Este doble percance nos
demandó mucho tiempo y como resultado llegamos a Tilcara de noche, ¡otra vez!
Aquí apareció otro problema, en la oficina municipal de turismo nos dijeron que
la ocupación era prácticamente del 100%, nos indicaron un par de lugares pero
eran muy precarios aún para nuestros modestos estándares, buscamos en otros
lados ¡todos ocupados! Volvimos a la oficina de turismo y ya habían cerrado,
Cacho fue hasta el hotel El Jardín que estaba a unas cuadras y afortunadamente
tenían lugar, habitaciones amplias y cómodas, nos sentíamos en el paraíso, ya
pensábamos que debíamos dormir en alguna pocilga. Cerca de las 23 estábamos
comiendo y charlando de los avatares del día. Era la cena de despedida, al día
siguiente nos separaríamos, yo continuaría para La Quiaca y mis amigos
emprendían el regreso para Misiones.
Mi
plan para esta última etapa hasta La Quiaca, distante 200 km de Tilcara, era
viajar liviano, ir y regresar en el día. Alquilé un día más la habitación para
dejar allí la mayor parte del equipaje y pernoctar al final de la jornada. Me
levanté temprano, me cambié y fui a desayunar con los amigos, luego de un
abrazo de despedida y de los deseos de buena suerte emprendí el camino. Hasta
Humahuaca había bastante tránsito, era fin de semana largo y mucha gente
viajaba hasta allí y luego a Iruya, también había un moto encuentro en Tilcara
de forma que la ruta estaba bastante concurrida en ese tramo, Desde Humahuaca
hacia el norte la ruta estaba casi desierta, fui ganando distancia despacio y
llenándome de ese paisaje poco habitual para mis ojos, entre Azul Pampa y Tres
Cruces hay unas vistas muy lindas con variedad de colores en los cerros y
ondulaciones del terreno que le dan un bello aspecto. Hasta aquí el camino es
en ascenso desde los 2470 msm en Tilcara hasta los 3700 msm en Tres Cruces,
desde allí es un leve descenso hasta los 3500 msm en que está La Quiaca. Ni la
moto ni yo sentimos especialmente el efecto de la altura salvo en mi caso, el
sueño, supongo que es consecuencia de la altura en parte y a la soledad del
paisaje. Tanto a la ida como al regreso en el tramo Tres cruces – La Quiaca –
Tres Cruces tuve mucho sueño, para combatirlo, cantaba en voz alta, gritaba,
recitaba poesías, me paraba en los pedalines, hiperventilaba y cada tanto
bajaba de la moto y caminaba un poco.
Finalmente
llegué a La Quiaca, una ciudad tranquila y silenciosa, tal vez debido al
feriado. Visité su plaza principal, el puente fronterizo con Bolivia y algunas
de sus calles, conversé con algunas personas, luego reposté combustible y
emprendí el regreso a Tilcara, éste sería el punto más al norte en que iría en
este viaje, la meta estaba cumplida “La Quiaca 2019” fue tachada de la lista de
pendientes. El tramo de regreso solamente tuvo un par de cosas que señalar, un
choque frontal entre un ómnibus y un vehículo menor en medio de una larguísima
recta de una ruta semidesierta en un día completamente soleado, supongo que a
uno de los dos conductores lo venció el sueño. La otra cosa fue la lluvia que
me esperaba al llegar a Tilcara, no era fuerte y no hubo necesidad de traje de
agua. Esa noche comí solo y eché de menos las charlas con los amigos. Al día
siguiente emprendería el regreso a casa.
Tuve
un buen descanso, me levanté temprano, desayuné y comencé a armar el equipaje,
el día había amanecido nublado y había evidencias de alguna lluvia nocturna. Me
despedí de Tilcara y tomé la salida hacia la ruta 9. Al llegar a la
intersección justo a la salida del pueblo observo sobre la ruta una larga cola
de vehículos y un móvil policial sobre la calzada, me detuve y unas personas me
informaron que más adelante había un corte de ruta. Mal comienzo, un piquete en
plena ruta 9 al final de un fin de semana largo, pasé por la banquina decidido
a intentar pasar el piquete, tal vez por ir en moto me dejaran seguir. Comencé
a rodar sin ver ningún piquete, seguí unos cuantos kilómetros hasta que vi
otros móviles policiales sobre la ruta y más vehículos detenidos. Allí pude ver
que el corte de ruta no era debido a un piquete de protesta sino a un derrumbe
de la montaña, esa noche había llovido fuerte y hubo un desprendimiento de
barro y piedras que obstruía el camino. Me aproximé a unos motociclistas que
esperaban y me dijeron que no los habían dejado pasar, pude observar que los
escombros no eran de una magnitud que impidieran el paso de las motos como las
nuestras, me acerqué a los agentes y les dije que con mi moto podía cruzar sin
problemas, me dijeron que lo intentara así que pasamos, despacio y sin
problemas. Al poco andar apareció otro corte, este con más piedras acumuladas
en un montículo más alto que el anterior, allí estaba gendarmería, les expliqué
que mi moto estaba preparada para cruzar ese tipo de obstáculos y me dejaron
pasar, con mucho cuidado pudimos pasar sobre las piedras que estaban mojadas y
resbaladizas. No mucho más adelante un tercer corte, éste más ancho con una
primera parte de lodo y otra de piedras. Esta vez me acerqué a unas personas de
vialidad que estaban trabajando y me autorizaron a intentar cruzar, a mitad del
derrumbe un policía que estaba al otro lado me ordena parar y regresar, no
había modo de que me dejara continuar a pesar de que le explicaba que en la
situación en que estaba no podía dar vuelta la moto y ya que la misma no cuenta
con marcha atrás las únicas alternativas eran permanecer de pié allí en medio
de las piedras o avanzar. Finalmente, con cara de pocos amigos, me indicó que
avanzara y que me quedara al otro lado sin continuar viaje. Logré cruzar no sin
ciertos sobresaltos y me aproximé a un vehículo de la policía que estaba sobre
la banquina, le pregunté si había otros cortes más adelante, me respondió que
no, entonces le pedí continuar el viaje y me dijo que sí, que no había problema
alguno. Así que continué, feliz de haber podido superar esos obstáculos y más
que satisfecho con mi noble KLR.
A
la altura de la localidad de Volcán me sorprendió una niebla bastante densa que
me acompañó unos kilómetros, afortunadamente la ruta comienza a descender desde
ese punto y la niebla se fue haciendo menos densa hasta que desapareció y fue
reemplazada por lluvia que sirvió para limpiar todo rastro de barro de la moto,
botas y pantalón.
El
viaje de regreso no tuvo eventos importantes que justifiquen alargar más este
relato salvo el insólito hecho de que viajé desde Tilcara hasta San Antonio
Oeste con el traje de lluvia puesto pues en todo el viaje estuve acompañado por
lluvias y lloviznas. Más de 2000 km a lo largo del país sin ver el sol, debe
ser algún tipo de record.
Tomé
la R9 hasta la ciudad de Córdoba, desde allí la 36 hasta Vicuña Mc Kenna luego
la 35 hasta Hucal y la 154 hasta Río Colorado. A partir de allí el camino es
conocido, R22, R251 hasta San Antonio Oeste y Ruta 3 hasta Puerto Madryn. Hice
escalas para pernoctar en Termas de Río Hondo, Berrotarán y Río Colorado.
REGALO
DEL CAMINO:
Sin
duda alguna el inesperado regalo que el camino me dio en este viaje ha sido
haber encontrado a Roberto y a Cacho, dos motociclistas litoraleños con quienes
hemos compartido mucho más que unos kilómetros de ruta, las amistades del
camino se hacen en un par de días y son para toda la vida.
A
MODO DE CIERRE:
Son
muchas las dudas e incertidumbres que vienen a uno antes y durante viajes de
este tipo, cuando se viaja en solitario no se viaja solamente a través de una
geografía, también se viaja al interior de uno mismo y ese viaje interior es
tan importante como el otro porque al tener que vencer miedos y dudas se sale
del mismo más fuerte, con más confianza en las propias capacidades y
habilidades, se crece como motociclista y como persona. Puede tratarse de un
desafío modesto comparado con otros pero es el que está hecho a nuestra medida,
el que tenemos que superar para poder ir por más.
Siempre
valdrá la pena al final. Los temores, las fatigas, las largas horas sobre la
motocicleta soportando frío, calor, lluvias y polvo, los paisajes que cambian
ante nuestros ojos como una larga y hermosa película, las charlas, los momentos
compartidos y los solitarios, las personas, los gestos, las reflexiones y
pensamientos, todo eso y mucho más justifican esa satisfacción profunda que uno
siente cuando finalmente regresa a casa. Porque como dice el aventurero
Sebastián Álvaro “La aventura es el único sitio, el único momento, la única
forma en que podemos robar tiempo a la muerte”.
Miguel Suñé – Octubre de 2019
ALGUNAS FOTOS:
Cuesta de Miranda
Punto más elevado de la Cuesta de Miranda.
Cuesta de Miranda
Cuesta del Obispo.
Cuesta del Obispo
Cuesta del Obispo
Ruta 9 Yungas.
Reparando la cadena.
Próximo a Tilcara.
Bien mojados por la lluvia.
Va cambiando el paisaje.
Con los amigos del camino.
Ruta 40
Ruta 40.
Ruta 40
Ruta 40
Quebrada de las Flechas - R40
La Quiaca.
No hay comentarios:
Publicar un comentario